El problema de pensar mucho y actuar poco

¡Hola! Seiiti Arata. La parálisis por análisis es un problema que tiene lugar cuando le das demasiadas vueltas a algo. Tienes que tomar una decisión en la vida y, ante muchas posibilidades, te quedas pensando, pensando, pensando… y tardas demasiado en actuar. ¿Por qué hacemos eso? Muchas veces esto pasa porque, en el fondo, nos da miedo equivocarnos. Queremos evitar arrepentirnos de las consecuencias de tomar una decisión en lugar de otra. Nos da miedo fracasar.

El problema es que, cuando no actuamos, el fracaso está garantizado. E incluso cuando actuamos pero ya es tarde, el fracaso también está garantizado.

Ahora imagínate que no tuvieras ese problema de la parálisis por análisis. Imagínate que fueses capaz de tomar siempre la decisión correcta, en el momento correcto, sin darle vueltas, sin perder las buenas oportunidades. ¿Te atrae la idea? Entonces madura, porque ese es un sueño infantil, irreal. Nadie puede acertar siempre. Es imposible.

Nadie puede llegar al punto de decir sinceramente que, mirando atrás, siempre ha tomado la decisión correcta. Nadie puede hacer eso.

Pero, entonces, ¿cuál sería un objetivo posible? Lo que puedes hacer es un poco diferente: puedes desarrollar la habilidad de tomar siempre la decisión correcta según la información que tienes y el contexto del momento en el que tomas la decisión.

Para ello, tienes que hacer tres cosas: 1) pensar en cada decisión como un experimento, 2) limitar tus opciones y 3) establecer prioridades.

Piensa en cada toma de decisión como si fuese un simple experimento.

El mayor error de quien sufre al tomar decisiones es que interpreta incorrectamente el proceso de decisión. No es muy útil interpretar una decisión como un camino sin marcha atrás, como una elección permanente, definitiva, inmutable.

Por eso, la mejor manera de sentirse más cómodo al tomar una decisión es pensar en cada decisión como en un mero experimento.

No pienses que vas a quedarte atrapado para siempre en la decisión que has tomado. En lugar de eso, recuerda que tienes el poder de cambiar y seguir otros caminos si no te gusta lo que estás experimentando ahora.

No te centres en lo que vas a perder si eliges una opción en lugar de cualquier otra de las posibilidades. Puedes pensar en ti mismo como en un científico que está comprobando hipótesis, haciendo experimentos, explorando varias opciones hasta llegar a la mejor decisión.

La mayoría de las decisiones que tomamos no son definitivas. Incluso las que pensamos que lo son, como la elección de una profesión, de la persona con la que te vas a casar o la compra de una casa, no son tan definitivas. Siempre puedes cambiar de profesión, separarte, vender la casa.

Claro que hay decisiones que no tienen marcha atrás. Por ejemplo, si decides hacerte una operación para corregir la miopía, no la puedes deshacer. Si algo va mal, necesitarías otra intervención quirúrgica, que podría llegar a empeorar las cosas. Si pides el divorcio, no está garantizado que vayas a conseguir “desdivorciarte”, porque eso no depende sólo de ti.

Si gastas todo tu dinero en tonterías, te va a resultar muy difícil volver a recuperar tus ahorros. En fin, es evidente que hay decisiones que tienen un impacto mayor que otras y que acaban siendo más difíciles de revertir o de cambiar de dirección que otras. Pero eso es parte de un gran experimento que forma parte del arte de vivir.

Lo que tiene que quedar muy claro es que estamos pagando un precio enorme cada vez que, simplemente, no elegimos nada. En realidad, también estamos decidiendo al dejar las cosas como están.

Cada día que te despiertas en la misma cama con una persona que ya no quieres, estás eligiendo seguir en esa relación.

Cada día que vuelves a la oficina a hacer ese trabajo que odias, estás eligiendo seguir con el mismo empleo, en la misma área.

Cada día que no decides comprar bitcoins, eliges ser una persona que no tiene bitcoins. Un no-coiner.

Es importante darse cuenta de que cada segundo de nuestra existencia es una decisión. O estamos eligiendo cambiar… o estamos eligiendo dejar las cosas como están.

Cuando te des cuenta de que estás eligiendo constantemente, va a quedarte muy claro que no tiene sentido quedarse paralizado o tener miedo de las consecuencias. Como estás siempre eligiendo, lo mejor que puedes hacer es recopilar datos, aprender lecciones y valorar si el camino que estás siguiendo es bueno para ti. Y, en caso de que no lo sea, cambiar de rumbo.

No se puede tener certeza absoluta. Por lo tanto, nuestras decisiones están basadas en información incompleta. Sólo podemos valorar si una decisión es correcta o incorrecta… cuando la hemos probado.

Aunque hayas hecho el mejor de los planes, estudiado casos de éxito, barajado todas las posibilidades… aun así la vida es demasiado imprevisible como para estar seguro al cien por cien de que una decisión es la correcta.

Por esta razón lógica, la única alternativa es ver cada decisión como un simple experimento.

La abundancia de opciones no siempre es positiva. ¡Cuidado con la paradoja de la elección! 

Normalmente, nos parece bien cuando tenemos muchas opciones delante. Parece bueno tener muchas opciones que elegir en la comida, muchas opciones que vestir en el armario, muchas opciones de carreras que seguir.

Pero en la práctica no es así. Cuando más se dispersa nuestra atención en varias opciones, más difícil es el proceso de toma de decisión. Esto lleva estudiándose desde hace siglos y se le ha dado nombre hace poco: la Ley de Hick.

La Ley de Hick describe el tiempo que le lleva a una persona tomar una decisión según el número de opciones entre las que puede elegir. De acuerdo con esa ley, aumentar el número de opciones también aumenta el tiempo de decisión.

Planificando Tu Vida- Seiiti Arata, Arata Academy

Este problema es cada vez peor por culpa de la facilidad y abundancia que nos da Internet. En cualquier momento, moviendo el dedo por la pantalla de tu teléfono, puedes comprar un objeto de cualquier lugar del mundo, hablar con prácticamente cualquier persona, hacer un curso sobre cualquier tema…

El problema del exceso de opciones termina transformándose en parálisis por análisis o en la paradoja de la elección.

El primer caso, el de la parálisis por análisis, es más fácil de entender. Si vas a una heladería y sólo tienen helado de chocolate, sólo tienes la opción de tomarte un helado de chocolate o quedarte sin helado. Ahora, si vas a una heladería en la que tienen treinta sabores para elegir, esa abundancia de opciones hace que pierdas mucho tiempo eligiendo. En algunos casos, la abundancia de opciones te lleva a no hacer nada, que es lo que se conoce como la parálisis por análisis.

Pero ese no es el único problema. Al fin y al cabo, en algún momento vas a acabar eligiendo alguna de las opciones. Incluso cuando eliges no hacer nada, eso también es una opción.

El mayor problema en el proceso de toma de decisiones es el miedo a escoger una de las opciones. En lugar de centrarnos en lo que ganamos al elegir una de las alternativas, tendemos a centrarnos en todas las alternativas que nos estamos perdiendo.

Cuando vas a la heladería y, después de mucho pensar, eliges el helado de chocolate, al mismo tiempo estás renunciando a los otros veintinueve sabores de helado que estaban a tu disposición. Y aunque ese helado de chocolate sepa bien, aun así vas a quedarte pensando si no habría sido mejor alguna de las opciones que no elegiste.

Esto es lo que se llama paradoja de la elección: aun cuando eliges lo que parecía ser mejor, puedes sufrir si te quedas pensando en las otras opciones que rechazaste.

Eres tú quien tiene que aprender a gestionar tu enfoque reduciendo la cantidad de alternativas.

Si quieres reducir el impacto negativo que la abundancia de opciones tiene en tu vida, la mejor estrategia es limitar tus opciones intencionadamente.

Hay dos formas de hacer esta restricción. La primera es, literalmente, limitar tus opciones. Por ejemplo, si sólo tienes camisetas negras y pantalones vaqueros en el armario, no vas a tener problemas en decidir qué vas a ponerte mañana.

Puedes aplicar esta idea a muchas cosas en la vida. Si sólo tienes alimentos sanos para comer en casa, inevitablemente vas a seguir la dieta. Si sólo tienes una cosa apuntada en tu lista de tareas con prioridad para el día, no te va a resultar un problema saber qué hacer. Si sólo tienes un lugar para dejar las llaves, nunca más vas a perder tiempo buscando las llaves por toda la casa.

La segunda forma es limitar tu tiempo de elección. En esta segunda forma, te pones a ti mismo un plazo para tomar una decisión y defines cuál será la consecuencia si no has conseguido tomar una decisión dentro de plazo.

Por ejemplo, si quieres comprarte un móvil nuevo y no sabes cuál es el mejor modelo, puedes dedicar un bloque de tiempo de cuatro horas para comparar las opciones y elegir una. O, si no consigues decidirte por ninguna, cuando pase el plazo de esas cuatro horas, decidirás automáticamente comprar el teléfono más barato.

La restricción de tiempo también funciona para limitar hábitos que quieres reducir. Por ejemplo, si quieres usar menos las redes sociales, puedes ponerte un límite de tiempo de uso máximo. Cuando pase ese tiempo, no vas a tener que seguir decidiendo si entrar o no en una red social. Con este método, dejas que esta regla, este sistema, decida por ti. Y dejas de depender de tu fuerza de voluntad.

Entra en acción definiendo tus prioridades. Saber lo que es más importante evita que te quedes pensando demasiado.

La abundancia de opciones tiene otra característica más que hace que pienses demasiado y actúes demasiado poco: es el exceso de tareas por realizar.

Cuando la lista de tareas es demasiado grande, es normal que se te quiten las ganas de enfrentarte a ella. Y entonces no haces nada. Pero esto puede combatirse con una simple estrategia: una lista de prioridades.

Tu tiempo, tu energía y tus recursos son limitados. Por eso tienes que priorizar.

Una manera práctica de catalogar tus prioridades es usar la técnica del arrepentimiento. Para llevar esta técnica a cabo, tienes que mirar tu lista de tareas y avanzar en el tiempo mentalmente. Piensa que ya ha acabado el día, la semana o el mes. En ese momento, ¿cuál de esas tareas te arrepientes más de no haber hecho?

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La respuesta va a ser la tarea más importante que tienes que hacer, tu prioridad. Una vez que completes esa tarea, si todavía te queda tiempo o energía, puedes repetir la técnica del arrepentimiento y elegir la siguiente tarea prioritaria.

Esto también funciona con los grandes objetivos de tu plan de vida. Viaja mentalmente al futuro y, cuando estés llegando al final de la vida, intenta pensar en qué objetivos de vida te arrepientes más de no haber intentado alcanzar.

Eso puede ser un buen estímulo para dejar de pensar tanto y empezar a actuar antes de que sea tarde.

El problema de pensar mucho y actuar poco es un problema que puede estar impidiéndote alcanzar tus mayores objetivos en la vida. Para disminuir este problema, tienes que hacer tres cosas: ver cada decisión como un experimento, limitar tus opciones y establecer tus prioridades.

Una buena manera de hacer todo eso de una vez es creando tu propio plan de vida. Un plan que cubra desde tus valores personales más altos hasta el próximo paso práctico que tienes que dar hoy para alcanzar tus mayores objetivos en la vida sin pensar demasiado sobre lo que tienes que hacer a continuación.
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