¡Hola! Seiiti Arata. Existen dos capas en cualquier situación de sufrimiento. Existe lo que pasa en el mundo de forma objetiva, es decir, lo que cualquier observador independiente puede ver y llegar a la misma conclusión.
Por ejemplo, tu coche estaba aparcado en la calle ayer por la noche y, hoy por la mañana, el coche ya no está, probablemente lo hayan robado o se lo haya llevado la grúa. En lo que todos estamos de acuerdo es en que el coche ya no está. Otra situación, te has caído por las escaleras y te has roto la pierna. Todos vamos a estar de acuerdo, de forma objetiva, viendo que te has caído y que ahora estás enyesado, y con el resultado de la radiografía, que te has roto la pierna. Esta es la capa objetiva.
La segunda capa es la de la interpretación, del juicio, de lo que está en tu cabeza. Esta segunda capa depende de ti, de tu interpretación de los hechos objetivos. Por eso es una capa subjetiva.
La mayor parte del sufrimiento humano está justamente en esta capa subjetiva, en la historia que te cuentas a ti mismo. Sufrir es culparte de que has sido imprudente aparcando el coche en la calle o que deberías tener más cuidado cuando bajabas las escaleras.
Sufrir es estar muy enfadado por la falta de seguridad en la calle o porque la escalera no tenga pasamanos para agarrarte mientras caías. Todo esto son historias que te cuentas dentro de la cabeza y los demás pueden estar de acuerdo con ellas, o no.
La solución para el sufrimiento está en tu cabeza.
Si la mayor parte del problema del sufrimiento está en nuestra mente, la solución para el problema pasa por la transformación de nuestra mente.
Las situaciones objetivas indeseadas pueden enfadarte, hacerte sentir miedo o tristeza.
Puedes ver estas situaciones como oportunidades valiosas para practicar tu paciencia, tu control emocional, tu constancia. Cada situación desagradable es una oportunidad para entrenar la transformación de tu mente.
Cuando ocurren cosas indeseadas, haz lo que esté a tu alcance para remediarlas, y prevenir que ocurran otra vez. Pero, al mismo tiempo, date cuenta que no será útil estar enfadado, perder la calma, montar un escándalo, tener remordimientos, culpa, sufrimiento.
Una buena forma de entrenar la mente para esta transformación es ver la vida en dos ámbitos diferentes. El primero es el mundo externo, el de los hechos objetivos. Tenemos poco control sobre el mundo externo. El segundo ámbito es el mundo interno, el de la forma en la que interpretamos los hechos objetivos. Y la buena noticia es que podemos controlar ese mundo interno.
La infelicidad ocurre cuando condiciono mi felicidad a factores que son externos y que no puedo controlar.
La felicidad no es duradera cuando depende de hechos externos.
Todos tenemos el hábito muy malo de condicionar nuestra propia felicidad a conseguir objetivos externos. Cuando acabe el colegio, seré feliz. Cuando acabe la facultad, seré feliz. Cuando consiga un trabajo, tenga un aumento de sueldo, cuando me case, cuando compre una casa, cuando tenga hijos, cuando me retire… y la vida va pasando y siempre condicionamos nuestra felicidad a un evento futuro e incierto.
El problema es que siempre que alcanzamos uno de esos objetivos, la felicidad es pasajera. Nos ponemos otro objetivo y reiniciamos un ciclo de sufrimiento sin fin.
No tiene que ser así. La felicidad está en tu mente y no en los objetivos externos. Podemos trabajar en nuestro sentido interno de gratitud al mismo tiempo que buscamos nuestros objetivos. Podemos agradecer lo que tenemos y, además, buscar nuevos objetivos, siempre que lo que hagamos con desapego, intentando interpretar los hechos externos de la forma más favorable posible para nuestra felicidad.
No necesitas dejar de tener deseos o de buscar resultados. Sin embargo, evite el apego a los deseos y a los resultados.
Puedes soñar grande. Aunque tu objetivo sea muy grande, cuanto menos apegado estés, menos vas a sufrir. Por ejemplo, sueño con tener un cuerpo escultural, pero todavía tengo obesidad mórbida. La distancia es enorme. Pero si acepto la realidad del momento presente, si estoy haciendo lo que puedo hacer, si tengo amor propio, si no estoy apegado, no voy a sufrir.
Por otra parte, si quiero que las cosas sólo sean un poco diferentes, si estoy apegado a este deseo, voy a sufrir. Puedo tener ya un cuerpo escultural que provoque envidia. Pero si mi índice de grasa corporal es de un nueve por ciento y me gustaría que fuese de un ocho por ciento, y estoy apegado a ese resultado, voy a acabar sufriendo.
¿Entiendes? En estos ejemplos el sufrimiento no tiene que ver con la cantidad mayor o menor de transformación necesaria. No tiene que ver con la distancia entre mi aspiración y mi logro. No tiene que ver con lo que me queda para alcanzar mi sueño. El sufrimiento tiene que ver con mi apego.
Podemos tener todos los sueños del mundo y ser ambiciosos, pero debemos tener cuidado en no encerrarnos por nuestros sueños y condicionar nuestra felicidad a esos deseos. Quiero estar en paz con quien soy, con lo que vivo. Y esto puede parecer conformismo, pero no lo es. Es una forma de saber lidiar con la realidad y, así, ser más feliz.
Difícilmente vas a encontrar sufrimiento en el momento presente.
Si fuésemos capaces de prestarle atención sólo al mundo objetivo, nuestra vida tendría poquísimos momentos de sufrimiento.
No confundas dolor y sufrimiento. El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Considerando que eres una persona que tiene sus necesidades básicas de alimentación, vivienda y salud cubiertas, lo más probable es que tu vida objetiva tenga pocos momentos de sufrimiento.
El problema es que no nos centramos sólo en el mundo objetivo, en el momento presente. Nuestra mente está siempre divagando a otros momentos, ya sea recordando un pasado con todo lo que podría haber sido y no fue, como imaginando un futuro perfecto tan lleno de condiciones que jamás va a ocurrir.
Ahora mismo puedes empezar a controlar tu mente para centrarte en el momento presente. Es muy sencillo, sólo tienes que querer.
Esto ocurre con la simple observación atenta de lo que existe en el ahora.
Piensa en el caso de problemas crónicos de salud o de dolor físico. Existe una capa de dolor inevitable, que es el dolor o la enfermedad en sí… y existe la capa de sufrimiento opcional en la autocrítica o en la falta de aceptación por tener ese dolor o enfermedad.
Cuando estás enfermo o enferma, puedes sencillamente observar lo que ha pasado e intentar remediarlo dentro de lo posible. El dolor no es agradable, pero es inevitable y forma parte de una vida de cuyos elementos no tenemos control total.
El problema es que muchas veces creamos una segunda capa de sufrimiento opcional en la mente. Si pienso que la situación es injusta, si me enfado, si siento culpa. Me pregunto: ¿Por qué me está pasando esto? ¿Qué he hecho para merecerlo?
Tenemos que desidentificarnos de ese sufrimiento. Muchas veces este sufrimiento acaba siendo mayor que el propio dolor o que la enfermedad. Peor que tener un dolor de espalda, por ejemplo, es pasarte todo el día culpándote por intentar cargar esa caja tan pesada sin pedir ayuda o enfadarte con tu propio cuerpo.
Esto no solo vale para dolores y enfermedades. En todo en la vida existe la capa de lo que ocurre y la capa de cómo interpreto lo que me ocurre. Esta segunda capa es mental, y depende exclusivamente de mí.
No eres tu mente.
Otra buena forma de disminuir tu sufrimiento mental es entender que no eres tu mente, no eres tus pensamientos. Cuando pasa algo malo y lo interpretamos de una forma que nos hace sufrir más, podemos acabar identificándonos con nuestra propia mente.
Una metáfora puede ayudar a entender esta desidentificación entre tu mente y tú. Piensa en tu mente como una carretera concurrida, por donde pasan miles de coches de un lado a otro, todo el tiempo. Cuando nos identificamos con algún pensamiento, es como si intentásemos agarrarnos a uno de esos coches. Acabamos siendo arrastrados a donde vaya el coche.
Puedes aumentar tus niveles de felicidad si no intentas coger ninguno de esos coches, si no te apegas a ninguno de esos pensamientos. En vez de eso, piensa en ti cómo un observador al borde de esa carretera concurrida. Observas atentamente cada coche que pasa, pero no coges ninguno. Y, como consecuencia, no eres arrastrado por él.
No eres los pensamientos que están en tu mente. Eres la persona que observa esos pensamientos. Todo sufrimiento subjetivo al que te enfrentas es un proceso mental que puedes dejar ir, con el que que puedes dejar de identificarte. Transformar tu mente significa cambiar tu relación con pensamientos, emociones, sensaciones e imágenes de tu cabeza. Y así surgen los cambios en la vida objetiva.
Mindfulness es darse cuenta del momento presente.
Últimamente, el término mindfulness ha estado teniendo más y más importancia. Esta expresión significa tener atención plena a lo que estás haciendo en el momento presente, sin dejarte distraer por divagaciones de tu mente ni por estímulos externos.
Actuas de forma consciente, prestando atención a lo que haces. Si estás andando, puedes fijarte en tus movimientos… o puedes estar distraído en un mundo de fantasías creadas por tu mente y, cuando vuelves a casa, ni siquiera sabes bien por dónde has andado, qué has visto, cómo te has movido y, sobre todo, cómo te has sentido.
El mindfulness nos ayuda a regular nuestra atención a la experiencia inmediata, y no al piloto automático, a poner nuestra atención en el ahora, a experimentar el momento tal como es.
Todos los acontecimientos contribuyen a la persona que eres hoy.
Tu historia es lo que hace que seas quien eres hoy. También por los dolores, fracasos, decepciones e incluso abusos sufridos eres la persona que eres.
Mi crecimiento también se basa en mi indignación. Mis valores existen por las cosas con las que no estoy de acuerdo y por lo que me ha ocurrido en el pasado. Cuando vivo cosas que no me gustan, desarrollo la aspiración por algo mejor. Y esto ocurre a partir del dolor. Entonces, si vas a culpar a tu pasado de tus dolores, también cúlpale del éxito que tienes.
Pero recuerda: Tu pasado no determina tu futuro. No te arrepientas del pasado. No justifiques los errores del pasado. Aprende con el pasado, usa el dolor del pasado como forma de construirte un futuro mejor.
Observa lo que hay en tu mente sin reaccionar o juzgar. Sencillamente observa desde la acera cómo van pasando los coches, sin juzgar.
Si te encuentras intentando coger uno de esos coches, sé consciente del mal que hace ese apego, de cómo aumenta tu sufrimiento y disminuye tus niveles de felicidad.
Diferente del mundo externo, sobre el que tienes poco control, en el mundo interno tienes sensaciones que puedes controlar. Puedes mejorar la forma de lidiar con las emociones, de sólo fijarte en el momento presente, sin juzgar ni evaluar. Esta es una decisión que puedes tomar ahora.
La mayor parte de los problemas a los que nos enfrentamos, surgen en nuestra mente. Por eso, la solución para esos problemas pasa por la transformación de la mente. Los hechos externos, que no puedes controlar, no deberían condicionar tu felicidad.
Para aumentar tus niveles de felicidad, aprende a controlar la forma en la que interpretas estos hechos externos, intentando centrarte cada vez más en el momento presente con atención plena. Recuerda que no eres tus pensamientos y que todos los acontecimientos contribuyen a la persona que eres hoy.
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