¡Hola! Seiiti Arata. Hay personas que tienen un comportamiento muy curioso. Por ejemplo, te dicen que quieren empezar una nueva carrera, o aprender un nuevo idioma, o abrir una empresa, o irse a vivir a otro país. A veces incluso tienen un plan superdetallado en la cabeza, pero todavía no han empezado a ponerlo en práctica. Y entonces les preguntas que por qué no empiezan a hacerlo. La respuesta es:
– Ay, no puedo, es que tengo que cuidar al niño…
Vale. Pero pasan algunos años y vuelves a preguntarle a esa persona que cómo van las cosas y que si ya ha empezado a poner en marcha su plan. Y su respuesta es:
– Todavía no. El niño me necesita, y eso lleva su tiempo, ¿sabes?
Así van pasando los años y la respuesta sigue siendo siempre la misma:
– Ay, es que tengo que ayudar al niño y estoy muy ocupado…
Y entonces es cuando pierdes la paciencia y preguntas: pero, ¿cuántos años tiene ya ese niño?
– Este mes cumple 35…
¿Has conocido a gente así? Las personas que se comportan así cometen un error muy común. Y se trata de un error que tú mismo puedes estar cometiendo, independientemente de si tienes hijos.
Es el error que te hace dejar de vivir tu propia vida por ocuparte de la irresponsabilidad ajena. Hoy vas a aprender a evitar ese error y no dejar de desarrollar tu máximo potencial por culpa de otras personas nunca más.
Si no pones límites claros, las necesidades de las personas de tu alrededor acabarán ocupando toda tu vida.
Dedicarse a la familia y a los amigos es una gran virtud. Siempre es bueno tener empatía, ayudar a quien lo necesita, estar disponible para contribuir al bienestar de los demás.
El problema es que, si no estableces límites claros para ti mismo y para los demás, las necesidades de tus amigos, familiares y compañeros de trabajo pueden acabar ocupando toda tu vida. Y entonces no te va a quedar tiempo ni energía para vivir tu propia vida.
Eso es muy común en la relación entre padres e hijos. Muchos padres se sienten obligados a dedicar toda su atención, tiempo y energía a sus hijos. Sin embargo, tiene que haber un equilibrio saludable. Aun con las mejores intenciones, algunos padres cometen el error de cumplir los más mínimos deseos de sus hijos pensando que así van a recibir más amor de ellos.
El mismo error existe en otras áreas de la vida. En el trabajo, por ejemplo, muy a menudo el trabajador más servicial acaba quemándose por hacer el trabajo que no le corresponde. Y sus compañeros se aprovechan de la situación, se acostumbran y empiezan a evitar las tareas más difíciles.
Incluso entre amigos, muchas veces quien siempre está disponible acaba teniendo que dedicar todo su tiempo libre a los demás. Se convierte en el favorito para escuchar los problemas ajenos o incluso teniendo que resolverlos. Si alguna vez has trabajado desde casa, sabes a lo que me refiero. Quien vive contigo dice: – Ya que vas a estar en casa, ¿me puedes hacer un favor? ¿Puedes solucionarme esto?
¿Por qué ocurre esto? La razón principal es la incapacidad que tienen muchas personas de decir que no. Pero hay muchas otras razones, y una de ellas puede ser el miedo a vivir la propia vida.
El miedo a vivir tu propia vida hace que gastes toda tu energía en la vida de los demás.
Volvamos a la historia con la que hemos empezado, a la del padre que nunca tenía tiempo porque tenía que cuidar del niño de treinta y cinco años.
¿No será que, en este tipo de situaciones, el padre está en realidad utilizando al hijo como excusa para no vivir su propia vida?
¿No será que es conveniente para el padre tener la excusa de que tiene que cuidar a su hijo y por eso no hace lo que le da miedo hacer?
ATENCIÓN: no confundas las cosas. No estamos hablando de cuidar a personas jurídicamente incapaces, personas con enfermedades graves, con dificultades para razonar por tener un desarrollo mental deficiente. Si el niño de treinta y cinco años de la historia tiene salud y capacidad para ocuparse de su vida, la atención excesiva de sus padres sólo le perjudica. Las relaciones entre adultos tienen que tener límites sanos para permitir que cada uno sea responsable de sus decisiones.
El miedo a vivir la propia vida puede llevar a algunas personas a dedicar todo su tiempo y energía a resolver problemas ajenos.
Pero eso es escudarse en una virtud para ocultar un defecto. Esa persona se muestra al mundo como alguien empático, bueno, caritativo… Pero, en realidad, esas cualidades esconden su inseguridad y su incapacidad para vivir su vida.
Por ejemplo, imagina que el padre de esta historia está atrapado en un trabajo que no le gusta. En realidad, le gustaría abrir una empresa. Pero les dice a los demás que no lo hace porque tiene que cuidar de su hijo y así se asegura no tener que renunciar a un salario garantizado a final de mes.
Puede parecer responsabilidad y precaución… pero, en realidad, el padre está utilizando a su hijo como excusa para no actuar, para no hacer lo que tiene que hacer. Muchas veces ni siquiera el propio padre tiene clara cuál es la verdadera razón. Es decir, que no lo hace a propósito. Sin embargo, no importa si esa excusa ha sido creada consciente o inconscientemente. El hecho sigue siendo el mismo: utilizar a los demás como excusa para no vivir la propia vida es un error del que hay que salir.
Y sólo podrás corregir este problema y las dificultades relacionadas con él cuando empieces a responsabilizarte totalmente de de tu propia vida.
Asume la responsabilidad de poner límites. La culpa de tu falta de tiempo es sólo tuya.
No importa si tienes hijos que te piden que hagas por ellos cosas que deberían hacer ellos solos. No importa si tienes compañeros de trabajo que evitan los trabajos difíciles y que cuentan contigo para hacer sus tareas. No importa si tus amigos no respetan tu tiempo y te sueltan monólogos interminables, te cuentan un cotilleo tras otro y se quejan de problemas sin fin. Si te falta tiempo o energía, la culpa es solo tuya.
Y la única forma de mejorar esta situación es asumiendo la responsabilidad total de tu situación actual. Primero tienes que aceptar que la culpa es tuya por dejar que las necesidades de los demás se hayan adueñado de tu vida. Solo entonces podrás empezar a actuar para volver a hacerte con el control de tu tiempo y tu energía.
Una vez que tengas esto claro, deja de hacer lo que estés haciendo y empieza a plantearte si hay un desequilibrio en tu vida. Intenta apuntar para qué usas tu tiempo y tu energía en el día a día.
¿Dedicas la mayor parte de tu tiempo a resolver problemas ajenos? ¿Tienes proyectos que no estás poniendo en práctica porque gastas todo tu tiempo y energía en familiares, amigos o compañeros de trabajo?
¿Es posible que, de alguna forma, estés usando las necesidades de los demás como una excusa para no vivir tu propia vida?
Sé honesto contigo mismo. Una vez que entiendas mejor cómo estás usando tu tiempo y tu energía, puedes empezar a diseñar estrategias para retomar el control.
A veces solo tienes que adoptar una actitud diferente. Por ejemplo, imagínate que te pones de mal humor siempre que lavas los platos de toda la familia. En vez de enfadarte, puedes hablar con tu familia y quedar en que, a partir de ahora, cada uno va a limpiar lo que ensucia. O que cada uno va a tener que lavar los platos un día a la semana.
Otras veces hay que poner en marcha estrategias más complejas. Puede que tengas que pensar en maneras de conseguir que tus compañeros de trabajo sean más autónomos, especialmente si tienes un equipo bajo tu responsabilidad.
En cualquier caso, primero lo mejor es tener claro cuál es la situación actual y, después, planear y ejecutar las medidas que haya que tomar para conseguir un mayor equilibrio entre dedicar tu tiempo y energía a tus actividades y dedicarlo a las necesidades de los demás.
Cuando vayas a poner en práctica ese plan, vas a ver que tendrás que hablar francamente, cara a cara, con muchas de las personas que están abusando de tu tiempo. Y, para que esas conversaciones sean productivas y te den el equilibrio que buscas, vas a tener que aprender a decir “no”.
Aprende a decir “no” para encontrar el equilibrio entre ayudar a los demás y ocuparte de tu propia vida.
Decir no es un gran problema para muchas personas. Para no parecer maleducados, indiferentes o egoístas, a veces decimos que sí a todo. Y acabamos desbordados con una cantidad de tareas muy por encima de lo que sería un límite saludable.
Cuando no sabes decir que no, los demás te dan cada vez más tareas. La falta de unos límites claros hace que las necesidades de los demás empiecen a invadir tu vida hasta que ya no te queda más tiempo o energía para poder dedicarte a tus propias necesidades.
Y si esta situación se mantiene mucho tiempo, acabas teniendo problemas de salud, agotamiento o, simplemente, una gran frustración por no poder dedicarte a tus sueños.
Para cambiar eso, aprende a decir que no. Eso no significa ser grosero, maleducado o indiferente. Significa simplemente tener una conversación seria con quien te pide un favor, explicándole de manera muy clara y respetuosa por qué no puedes ayudarle en ese momento.
En esas conversaciones, intenta demostrarle a la otra persona que puede resolver sus problemas sin tu ayuda. O intenta mandar a esa persona a alguien que pueda ayudarla en ese momento. De esa manera, puedes decir que no y aun así ayudar a la persona a la vez que proteges tu tiempo.
¿No estarás también tú cuidando a muchos “niños de 35 años”? Si estás desbordado, agobiado, y no tienes tiempo o energía para hacer tus proyectos personales, quizá tu vida esté siendo invadida por necesidades ajenas.
La mejor forma de resolver ese problema es restaurar el equilibrio en tu vida y asumir la responsabilidad de ese problema, poner límites claros y aprender a decir que no.
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